Boy Olmi: “El humor es una forma profunda de inteligencia”
Boy Olmi levanta su teléfono y le saca una foto a la lámpara del techo del bar en el que nos encontramos para conversar. La sube a Instagram con rapidez, en un gesto automático. Registrar y comp...
Boy Olmi levanta su teléfono y le saca una foto a la lámpara del techo del bar en el que nos encontramos para conversar. La sube a Instagram con rapidez, en un gesto automático. Registrar y compartir es parte de su respiración, completa su mirada sobre el mundo. El impulso de abrir ventanas de comunicación lo atraviesa desde siempre: televisión, cine, video, teatro, las redes, una charla con un barrendero, otra con su terapeuta. Cada intercambio es un modo de enriquecer el Big Bang de estallido controlado que comanda Boy.
“Uso muchísimo el teléfono, como teléfono y como máquina de fotos, porque me fascina comunicarme a través de las imágenes. Entonces, en vez de publicar permanentemente cosas en mi Instagram, veo cosas por la calle que me llaman la atención y saco una foto como a esa lámpara –señala el techo–. Luego se la mando a una persona de la que me acordé en ese momento, no a la red anónima de seguidores que pueden seguirme para ciertas cosas, pero que no están en contacto directo conmigo para otras. Trato de ser muy específico cuando quiero comunicarme. Por eso llamo por teléfono: es un teléfono, a ver si alguien lo atiende”, lanza con gracia y justifica su enfoque.
Actor, director, videasta, performer cotidiano. Olmi construyó una trayectoria singular, una acuarela difusa que atravesó a varias generaciones sin pertenecer del todo a ninguna. Pocos actores pueden arrogarse esa ubicación extraña, casi lateral, en la que sigue el ritmo del paisaje aunque nadie lo note. Esa manera de situarse en los márgenes no es solo estética o estratégica.
“Hay que conectar la percepción con algo que está más allá de uno. Empieza siendo la relación de uno con uno. Uno está comunicado o incomunicado consigo mismo. A partir de ahí puede empezar a comunicarse o no con los otros. O con lo otro: puede ser la realidad, lo que nos rodea. Para mí hay una cantidad de cosas en nuestra propia evolución que se desprenden del camino de crecimiento de cada uno o de la conexión de uno con uno. Es el deseo de crecer, de aprender, de mejorar. Este auge de desarrollo tecnológico que nos está llevando puestos –porque va más rápido de lo que nuestra alma puede procesar–, genera muchas veces una enorme desconexión entre nosotros mismos. Porque esa demanda de las redes sociales y la tecnología empieza a capturar y a cooptar nuestra atención. Empezamos a dejar de prestarnos atención, por lo tanto, dejamos de prestar atención al entorno, a la naturaleza, a todo lo que nos rodea. Somos víctimas de la creencia de que estamos conectados cuando en realidad es todo lo contrario”. Interrumpe su parlamento cuando llega el mozo.
—¿Querés algo? ¿Café? Yo tomo café. Dos cafés, ordena.
Legalmente rubiasLa historia de Boy en el espectáculo argentino es una autopista caleidoscópica. En 1983, en el mismo teatro y casi a la vez, participó de Los chicos al Maipo con Las Trillizas de Oro y debutó en La mujer del año junto a Susana Giménez. Dos piezas de un engranaje que funcionó por la audacia temeraria del productor Daniel Mañas y del director, actor, humorista uruguayo Carlos Perciavalle.
Durante aquellas vacaciones de invierno, Boy se abrió paso en un género desclasificado: el teatro de revistas para niños. Las protagonistas eran las mentadas trillizas, veinteañeras, rubias, María Laura, María Emilia y María Eugenia Fernández Rousse. En su apogeo televisivo conquistaron con chocolatada y vainillas a cada hogar argentino con varios ciclos, entre los que destaca El verano de los chicos, animado con Pipo Pescador y los muñecos Carozo y Narizota.
Boy Olmi cuenta que “la estructura de la obra era la de un teatro de revistas: no había nada erótico ni sexual en las chicas, pero sí tenían vestidos con lentejuelas, plumas y esas cosas. Había sketches muy divertidos. Trabajaba un grupo de patinadores jóvenes de River Plate, que los trajeron a patinar sobre ruedas en el escenario. Era muy gracioso ver todo un número de patinaje allí mismo. También estaba Nene Malbrán, que era una gran actriz, muy cómica”.
La sala del Maipo explotaba de purpurina mientras Boy, más antropólogo cultural que actor, investigaba distintos terrenos. Así fue testigo de un fenómeno imposible de ignorar, una suerte de matiné escolar en la que un duelo de blondas electrizaba a la platea con cada coreografía y cada gag reciclado del formato clásico.
Asimismo, La mujer del año, el segundo “shock” en la vida profesional de Susana Giménez, confirmó que su destino estaría ligado al estrellato. Boy Olmi descubría que era capaz de deslizarse con naturalidad en escenarios diversos. La obra, cuyos derechos había adquirido el mismo Perciavalle después de verla en Nueva York –protagonizada por una sexagenaria Lauren Bacall–, marcó un subidón imparable en la carrera de Susana hacia la hiperpopularidad.
“Conocí a Susana desde muy chico –evoca Boy–, nos vinculábamos por amigos en común cuando ya era novia de Héctor Cavallero. Nos habíamos encontrado más de jóvenes, pero cuando me llamaron para La mujer del año me pareció una gran oportunidad: me gustan los desafíos, era la ocasión perfecta para estudiar, entrenar canto y baile. Lo mismo sentí cuando participé de Bailando por un Sueño en su primera edición, en 2006, o MasterChef, también en su estreno. Me atraen los desafíos que me obligan a hacer cosas nuevas. La mujer del año era espectacular y, además, una de las primeras comedias musicales argentinas con toda la pompa de producción. Susana estaba encantadora, brillante. Yo interpreté a su compañero en el noticiero dentro de la historia de ficción; éramos colegas de un programa de televisión. La quiero mucho a Susana”, se sincera. Aunque destinado para distintos públicos, aquella generala doble fue una oportunidad para aprender, sorprender y, sobre todo, estar en el ojo del fenómeno.
Sin embargo, no era el primer tanque actoral al que Boy se subía. La trama de Los éxitos del amor (Fernando Siro, 1979) lo mostró novio fugaz de ¡otra rubia!: Graciela Alfano. En esa época, la industria musical intervenía en el cine para vender discos con un rulo comercial: por contrato debía haber escenas con artistas cantando. Este tipo de películas podían alcanzar calidad, como sucedió al año siguiente con La discoteca del amor (Adolfo Aristarain), una de las secuelas que convirtió en saga el proyecto inicial.
El rostro de Boy puede haber quedado asociado a un aire de época, pero ese recorte nunca lo limitó. En su recorrido artístico combinó lo popular y lo experimental en distintos soportes, una presencia construida en varias décadas con la misma vitalidad.
En 2006 participó de Bailando por un sueño y, al año siguiente, condujo el ciclo de opinión Dejámelo pensar junto a Sandra Russo, ¿es necesario abundar en detalles para ilustrar su resistente versatilidad? Boy trabajó en teatro, decenas de programas de televisión y más de 30 películas. Realizó entrevistas a figuras tan diversas como Deepak Chopra, Liv Ullmann y Brian Weiss. En 2008 estrenó su ópera prima como director, Sangre del Pacífico, con Delfi Galbiati y China Zorrilla, quien –dato al pie– adaptó la versión local de La mujer del año.
Boy Olmi está lejos de ser un simple “nombre artístico”, funciona como una identidad elíptica, elástica, con la que equilibra el ego con el arte. Una ceremonia personalísima y trascendente en la que cada gesto y cada frase de cada papel quedan ligados.
The man of the yearEn los albores de la democracia se animó a jugar en una plataforma más arriesgada: el video. Allí, la palabra, liberada del contexto del videohome, podía transformarse en un laboratorio de experimentos y pequeñas locuras. Los trabajos como director de piezas, como The man of the week o El círculo xenético, acrecentaron su sensación de que otras dimensiones tenían que ser exploradas. En la primera de ellas actuó el popular actor español Fernando Rey, quien le había puesto el rostro a Tristana, el film de Luis Buñuel.
La huella del director español nacido en Calanda resuena en este trabajo: su trilogía francesa compuesta por El discreto encanto de la burguesía, El fantasma de la libertad y Ese oscuro objeto del deseo, las favoritas de Olmi, y el cortometraje Un perro andaluz (1929), codirigido con Salvador Dalí, célebre por su narrativa no lineal y sus imágenes perturbadoras, sirvieron como referencias en estética y estructura.
“Era una época muy interesante, soy admirador de Andrés Di Tella, con el que convivimos experiencias en esos años. Los videastas proveníamos de tres o cuatro lugares diferentes: estaban los que venían de la plástica, como Jorge La Ferla, que hace videoarte (hoy es el curador de la muestra El cielo cayendo, de Sebastián Díaz Morales, en Arthaus), y Carlos Trilnick, que falleció hace un tiempo. Después estaban los que provenían del cine, como Claudio Caldini, un genio del Super 8 y del video experimental. Hizo trabajos geniales en la misma línea que Narcisa Hirsch y Mariluis Aleman, la madre de Katja Alemann. Luego estábamos los que proveníamos de la ficción: teatro y cine, lo que nos permitía incorporar la gramática de los sueños a esos trabajos. La verdad es que me encontré con un prestigio que no buscaba, recibí premios y eso me valió ser docente de la cátedra de video de la FUC. Yo les decía a mis amigos: necesito decir que yo no estudié, porque no existía la carrera de video en esa época”.
–Si tuvieras que elegir, ¿Dalí con sus delirios o René Magritte con sus enigmas?
–Me atrae el humor de Magritte y la personalidad de Dalí, pero no llenaría mi casa de cuadros de ninguno de los dos. Pensándolo bien, tal vez prefiera a Magritte, que es más cinematográfico, mientras que Dalí es más onírico… Aunque los dos convergen en Buñuel, que es uno de mis cineastas favoritos. De hecho, Dalí y Buñuel eran amigos; Dalí trabajó con él: las secuencias de sueños que diseñó, como esas puertas que se abren e insinúan mundos imposibles, muestran cómo el inconsciente y los sueños se tocan en el cine. Ese caldo de cultivo me fascinó y quise jugar con él, junto con el cine mudo de Buster Keaton y Charles Chaplin, que veía de niño.
“Me sorprendía esa capacidad de hacer reír y conmover al mismo tiempo, unir risa y llanto, como Chaplin. Para mí, el humor es una forma profunda de inteligencia. Mi padre (Carlos Olmi) se fue transformando en humorista con los años; eso me enseñó que el humor puede ser un ejercicio de la inteligencia, poco solemne y liberador. Por eso amo el humor en todas sus formas; admiro a muchos humoristas y narradores del humor: Jacques Tati, sin duda, Buster Keaton, Chaplin… y Buñuel, que me hace reír a carcajadas, aunque incomode a quienes no lo entienden. Con él siento una afinidad extraordinaria".
Hablando a tu corazónEntre sorbo y sorbo de café, la charla pasa de lo artístico a lo cotidiano y regresa a lo artístico. Olmi impulsó proyectos documentales con un tono íntimo, como Jane & Payne, centrado en la conversación entre la etóloga Jane Goodall y el biólogo marino Roger Payne. Estrenado en 2014, el trabajo lo ubica como un firme defensor del medio ambiente y aborda temas como la deforestación, la importancia de los océanos y la búsqueda de soluciones a los problemas ambientales junto a dos leyendas de la conservación de la Tierra.
Con la etóloga inglesa y Mensajera de la Paz de la ONU prepara una secuela de aquel trabajo: “Para mí es una de las personas más influyentes del mundo junto con Lionel Messi. Revolucionó la historia de la ciencia cuando en África hizo un descubrimiento sobre los chimpancés que determinó un cambio de paradigma en el comportamiento de los animales. A los 91 años, encabeza una organización que trabaja en más de setenta países para dar trabajo. Sigue viajando, el año pasado cuando estuvo acá nos reencontramos. Luego de diez años de aquel documental que se pudo ver en Netflix que me hizo viajar por el mundo, vuelvo a hacer algo con ella”.
–¿Qué van a hacer?
–Un nuevo experimento que empezamos en ese reencuentro: la llevé a la casa de Lito Vitale y la rodeé de músicos. Estuvieron León Gieco, Kevin Johansen, Hilda Lizarazu, Patricia Sosa, Elena Roger, Nacha Guevara, Maggie Cullen, Natalie Pérez, Nico Sorín, Katja Alemann, Facundo Guevara, Oscar Mediavilla, Benito Cerati, el rapero El Rayo. Lo produje con Dylan Williams, un amigo de la infancia con el que hago cosas, y con mi hijo Carlos, que muchas veces se suma como productor, aliado e hijo para aportar cosas.
–¿De qué se trata el experimento?
–Una rueda en la que Jane hablaba, yo traducía y luego cada músico se corría del lado artístico, mediático, egoico que cada uno tiene, para canalizar la vibración sonora de lo que acababan de escuchar. Hicimos eso todos juntos, coordinados por Sorín y Lito en los teclados. Fue como una banda de sonido improvisada sobre los temas que ella trató en la charla.
–Una jam de Jane.
–Una jam de Jane, qué buen nombre. Sus palabras de científica están muy conectadas a su corazón, ella habla de la unión de las partes y yo coincido permanentemente en la idea de unir lo que está disociado: lo público con lo privado; Oriente con Occidente; el cuerpo con el alma; la política con la religión. No podemos comportarnos como si fuéramos partes de cosas disociadas, nos enfrentamos a una crisis ecosocial en la que somos parte del todo.
Dynamo con SodaUno de los trabajos menos difundidos de Boy Olmi se activó en 1992 con el corto documental Haciendo Dynamo, filmado durante la grabación del álbum Dynamo, de Soda Stereo. Considerado por la crítica como el punto más vanguardista de la banda, el disco fusionaba guitarras con texturas electrónicas al estilo Manchester, con Stone Roses como referencia directa. El documental condensó más de veinte horas de filmación en diez minutos, es un registro de Soda en plena experimentación sonora —energía cruda y palpitante— y retrata a la banda en instancias que bien podrían funcionar como directivas prompt en un chatGPT: “Cerati componiendo en su casa”, “Soda Stereo en sesiones de yoga”, “fragmentos de canciones inconclusas de una banda pop que suena muy rockera”.
–¿Cómo fue tu llegada a ellos?
–Me ofrecieron hacer un videoclip y yo hice una contraoferta: filmar un documental sobre el proceso creativo del disco. Fui al estudio como testigo privilegiado, tratando de no distraerlos para que no actuaran para la cámara. Quería registrar la cocina de ese álbum histórico, que para mí fue el mejor de su carrera, un disco grandioso. En el camino fueron apareciendo cosas muy lindas, porque nunca me ato a una sola forma: cada herramienta es una posibilidad de crecer, de generar algo que sirva a otros y, con suerte, quede para el mundo.
–¿Cómo fue el trato con la banda?
–Excelente. Además de ser empresarios sagaces y artistas extraordinarios, entendieron enseguida que yo venía desde otra disciplina a sumar un lenguaje distinto. No solo aceptaron, me dieron la bienvenida: tanto que después hice la puesta en escena de la presentación del disco en Obras y en varios shows de 1992, con experimentos de video en vivo. Fueron inteligentes, permeables, generosos. De ahí nació una amistad muy querida con todos ellos.
–¿Conservás tu archivo personal?
–De distintas maneras. Mucho descarté, pero también guardo materia prima valiosa. Hubo un tiempo en que tenía un ropero repleto de cintas: mi archivo de la memoria. Me identifico con As I Was Moving Ahead, Occasionally I Saw Brief Glimpses of Beauty (2000), la película-diario de Jonas Mekas, montada con imágenes acumuladas en cincuenta años. El Super 8 permitía apenas tres minutos de registro; luego vino el video, después el teléfono y la foto digital: distintas formas de memoria. Como dice Eugenio Carutti, este “homo-máquina” que empezamos a ser gobierna nuestros sentidos.
Décadas después de éxitos televisivos, como Rebelde Way, Olmi volvió a colarse en la cultura pop con personajes que sobreviven en plataformas digitales: Sergio Bustamante, el profesor autoritario y entrañable creado por Cris Morena (2002/03), y Juan Manuel Iraola, el tutor descontracturado de La Niñera (2004/05). Dos figuras que mezclan humor y sensibilidad, con una inteligencia sutil y un encanto que siguen resonando en nuevas audiencias.
En términos de popularidad, quizás nada supere el momento en el que fue recibido por el papa Francisco: “lo traté como a cualquier otro ser humano, excepto que sabía que estaba saludando al Papa. Si hubiera visto solo su figura, hubiera sido imposible que me acerque a él. Reconozco su figura, pero vi atrás de eso a una persona. Lo saludé, le regalé el documental Jane & Payne y luego lo invité a que respiremos juntos un rato. Justo me fotografiaron en ese momento, parece que le doy un beso, pero en ese instante lo que hice fue invitarlo a respirar y respiró conmigo”.
–¿Quién es Carola Reyna en tu vida?
–Carola es la mujer que amo hace más de 30 años y con la que vivo una aventura maravillosa día a día integrando todas las partes que habitan en el ser humano. Porque la pareja es una de esas maestrías más altas y más complejas para nuestro camino de crecimiento. Las parejas, supongo que inconscientemente, las elegimos para que nos enfrenten con aquello que todavía nos falta aprender. Mi relación con Carola es apasionante, divertida, sorprendente y tiene todos los colores, lo cual lo hace súper entretenido.
“Puedo disociar lo que la amo como persona y decir lo que la admiro como actriz. Me parece un artista superior y puedo diferenciarlo del amor que le tengo como mujer. Y juntos hacemos todo lo posible por tener esa vida íntima que tenemos, enorme y riquísima en todos los ámbitos en los que nos movemos, en la ciudad y en la naturaleza extrema, tratando de preservar. cuando podemos, que nuestra pareja no se transforme en un objeto de consumo. A veces nos convocan para hacer cosas juntos, y muchas veces las hacemos, y muchas preferimos no hacerlas porque es demasiado. Preservamos lo más que podemos nuestra intimidad, frecuentemente. Alguna vez también rompemos las reglas”.
–Trabajás mucho.
–Sí, laburo muchísimo, como actor, como director; también se ha abierto un espacio de comunicador, así empezó esta entrevista, que no es rol que quiero asignarme, pero del que tampoco quiero limitarme. Hay cosas que no tienen que ver con ser actor o director: el programa que hacía con Teté Coustarot en Canal 9 (La hora exacta), además de darme un sueldo y que nos vean cada noche alrededor de 100 mil personas, me permitió hablar con los espectadores todas las noches, dejar caer un pensamiento en esa hora que duraba el programa, algo que podía servirle a alguien de los que me escuchaban.
“Fue un ejercicio cotidiano de comunicador. No es un programa mío de reflexiones de la vida: es un programa de entretenimientos con Teté, gran compañera de conducción, pero a cada uno le pasaba algo distinto. Cada ocasión que tengo para comunicar algo me detengo a ver la situación para que tenga sentido. Como la foto que acabo de hacer o la charla que estamos teniendo. Ahora acabo de terminar una obra que hicimos en La Plaza y Santos Dumont 4040 que se llama La heladería, la historia sobre la familia Scannapieco, una saga de la familia italiana creadora de helados; una anécdota minúscula con una carga emocional muy grande. La última función fue el domingo 17. Pero pronto volveremos a hacer funciones.
–Estás preparando una obra nueva
–Sí, un unipersonal de treinta páginas que tengo que memorizar al pie de la letra. Es un texto que preparé a partir de improvisaciones y ejercicios que hice durante muchos años; habla de la identidad, de por qué somos como somos cada uno de nosotros. La directora es la dramaturga Shumi Gauto, que vive en Uruguay, pero viajó hace poco especialmente para seguir los ensayos, en realidad viene ella o viajo yo. Así avanzamos.
–¿Cómo nació el texto?
–Proviene de varias generaciones, de una investigación sobre mis dieciséis tatarabuelos, de los sustos, las angustias. ¿Qué venía del inconsciente transgeneracional? ¿Qué de todo eso hay en mí hoy? Todo eso derivó en lo qué me pasó a mí cuando era niño y, por lo tanto, qué nos pasa a todos cuando somos niños.
–Si hablaras con alienígenas, ¿qué le recomendarías de nuestro mundo?
–(Piensa varios segundos). Es inevitable ponerse serio ante la trascendencia de la pregunta. Primero le diría que vean jugar a Franco Mastantuono, lástima que se lo llevaron a España. Les diría que le presten atención al fenómeno que acabo de vivir hace treinta y tres años cuando tuve un hijo y hace un par de meses cuando tuve una nieta. En síntesis: recomendaría que asistan al fenómeno del buen fútbol y la gestación de la vida.