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Billy Budd en el Colón: un retrato de la justicia, entre las fuerzas encarnadas del bien y el mal

Billy Budd. Ópera de Benjamin Britten. Dirección musical: Erik Nielsen. Dirección de escena: Marcelo Lombardero. Diseño de escenografía: Diego Siliano. Diseño de vestuario: Luciana Gutman. Re...

Billy Budd en el Colón: un retrato de la justicia, entre las fuerzas encarnadas del bien y el mal

Billy Budd. Ópera de Benjamin Britten. Dirección musical: Erik Nielsen. Dirección de escena: Marcelo Lombardero. Diseño de escenografía: Diego Siliano. Diseño de vestuario: Luciana Gutman. Re...

Billy Budd. Ópera de Benjamin Britten. Dirección musical: Erik Nielsen. Dirección de escena: Marcelo Lombardero. Diseño de escenografía: Diego Siliano. Diseño de vestuario: Luciana Gutman. Reparto: Toby Spence (Capitán Edward Vere); Sean Michael Plumb (Billy Budd), Hernán Iturralde (John Claggart), Felipe Carelli (Mr. Red Burn), Fernando Radó (Mr. Flint), Francisco Salgado Bustamante (Teniente Ratcliffe), Pablo Urban (Red Whiskers), Sebastián Angulegui (Donald), Leonardo Estévez (Dansker). Orquesta y Coro Estable del Teatro Colón. En el Teatro Colón. Nuestra opinión: muy buena.

En 1927, mucho antes de convertirse -junto con Eric Crozier- en el libretista de Billy Budd (1951), E. M. Forster se había ocupado ya de la novela de Herman Melville de la que parte la ópera en su ensayo Aspects of the Novel. Constataba allí Forster que, en la ficción, el mal tuvo casi siempre una representación endeble y exterior, como si se hubiera limitado a la mala conducta, a la mera falta, y rehuyera la niebla del misterio. Nada de esto pasa según Forster en Billy Budd, porque para Melville el mal no es recurso para tensar una trama, sino una fuerza que se encarna.

Resulta entonces que Billy Budd -el personaje- “está habitado por una bondad de una incandescencia agresiva que no podría existir sin el mal destinado a consumirlo”. No es que él sea de por sí agresivo; lo que irrita es más bien la luz que hay en él. No hay explicación alguna para el comportamiento avieso de Claggart y, sin embargo, ese comportamiento no posee la arbitrariedad del acto gratuito. En cierto modo, Claggart es el único del barco Bellipotent (el indomable) que estaba en condiciones de percibir intelectualmente la excepcionalidad moral de Billy Budd y, una vez percibida, dispuesto a destruirlo. Que esa destrucción sea posible se explica por la imperfección del bien que el capitán Edward Fairfax Vere declara al principio. La inocencia trastorna la vista de Billy Budd, lo ciega.

La puesta de Marcelo Lombardero para el estreno de Billy Budd de Benjamin Britten en el Teatro Colón se inicia con esta visión distorsionada: los reflejos en el agua, que pueden ser los de la superficie del mar a la noche, o también la luz que cala de día la oscuridad del agua. En verdad, todas las resoluciones se derivan del modo en que se entienda el misterio que señalaba Forster. Lombardero, muy sagazmente, no se desentiende de la determinación histórica de la trama -el barco de la armada inglesa en guerra con Francia en 1797 sobre el fondo de la reciente Revolución- porque los personajes actúan en el tiempo, aun cuando lo que actúe en ellos no pertenezca a ningún tiempo en particular, sino a todo tiempo. La escenografía de Diego Siliano y el vestuario de Luciana Gutman ofrecieron una formidable estilización de época.

Escena y voces

Otro problema de Billy Budd es el dinamismo; es un problema que se despliega en varios planos. El primero es de la escena. Lombardero dosificó la agilidad de los marineros en cubierta, lo que deparó por momentos cierta inmovilidad; sin embargo, esta inmovilidad es el correlato de esa otra invariante del bien y el mal. El otro plano es el de las voces. Todos los personajes de Billy Budd y especialmente los tres principales, el capitán Vere, Claggart y el propio Budd, casi no tienen espesor propio y, a pesar de eso, debe parecer que lo tienen para que la lucha entre ellos no sea una disputa meramente abstracta, porque el drama de novela de Melville y de la ópera es que lo que ocurre le pasa a hombres de carne y hueso.

El tenor Toby Spence es un experimentadísimo Vere; tal vez su voz no haya tenido el mayor poderío, pero tuvo a cambio una nobleza irrevocable, aun en pasajes más torturados, como si aun en el dilema cantara él en la eternidad. Extraordinario fue el Billy del barítono Sean Michael Plumb, perplejo y seguro a la vez, de timbre satinado, se diría; en “Look! Through the port comes the moon-shine astray!”, su preciosa aria del final, fue indecidible dónde terminaba la resignación y empezaba la esperanza. Hernán Iturralde, por su lado, compuso un Claggart sólido y siempre inquietante, aunque se extrañó alguna sinuosidad en el personaje. Se lució también Leonardo Estévez como Dansker, sobre todo en sus dúos con Plumb, lo mismo que Gonzalo Araya como Squeak. Una vez más, fueron protagonistas el Coro Estable, dirigido por Miguel Martínez, y el Coro de niños (hay que destacar a Joaquín José Cestari como el Grumete), a cargo de Helena Cánepa.

La partitura de Britten está colmada de reflejos y de recovecos tímbricos y armónicos, como si la orquesta se hiciera cargo de ese resto de ambigüedad que apenas puede insinuarse en las voces. Nada se le escapó al director Erik Nielsen, que logró un rendimiento fuera de serie de la Orquesta Estable, con un detallismo camarístico. Es curioso lo que pasa con Billy Budd: a medida que la trama progresa y aun después de que Budd es condenado a muerte, la música se vuelve crecientemente cadencial, hasta llegar a esos acordes aislados y estáticos en modo mayor. La contradicción es aparente. Los reflejos en el agua son engañosos; decía el apóstol en carta a los corintios: “Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara”. La orquesta de Britten llega antes a esa visión.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/musica/billy-budd-en-el-colon-un-retrato-de-la-justicia-entre-las-fuerzas-encarnadas-del-bien-y-el-mal-nid03072025/

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