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Anorexia en varones: el mandato que llevó a Nacho al borde de la muerte y enferma a miles de jóvenes

Hace unos meses, Nacho volvió a agarrar la raqueta. En una de las canchas del club de siempre, sintió, por primera vez en mucho tiempo, que el cuerpo le respondía. La pelota salía firme y el ai...

Anorexia en varones: el mandato que llevó a Nacho al borde de la muerte y enferma a miles de jóvenes

Hace unos meses, Nacho volvió a agarrar la raqueta. En una de las canchas del club de siempre, sintió, por primera vez en mucho tiempo, que el cuerpo le respondía. La pelota salía firme y el ai...

Hace unos meses, Nacho volvió a agarrar la raqueta. En una de las canchas del club de siempre, sintió, por primera vez en mucho tiempo, que el cuerpo le respondía. La pelota salía firme y el aire le llenaba los pulmones. Otra vez volvía a ser imbatible: el jugador que había sido desde chico, al que ninguno de sus amigos lograba ganarle.

“Hace no tanto no podía dar dos pasos sin cansarme. No podía hacer nada. Estaba muerto”, dice Nacho, que tiene 33 años y es economista. Aunque mide 1,80 metros, la anorexia nerviosa lo había llevado a pesar 50 kilos. Apenas tenía fuerzas para sostenerse de pie.

Su historia con ese trastorno de la conducta alimentaria (TCA) había empezado mucho antes. A los 17, Nacho fue elegido mejor atleta del colegio. Jugaba al tenis, al básquet, corría. Su cuerpo era un instrumento afinado para el entrenamiento. Una tarde pensó: “Voy a meter más ensalada en el plato”. Esa decisión mínima abrió un camino devastador.

Poco a poco, desarrolló una obsesión por la comida “saludable” o clean, como en las redes sociales se identifica a dietas basadas en alimentos enteros y sin procesar. Miraba con manía cada etiqueta, tenía una rigidez absoluta con los horarios y se volvió cada vez más restrictivo. Todo debía ser proteico. Nada de carbohidratos, nada de procesados, nada de grasas. Así, hasta no comer prácticamente nada. Todo eso se combinaba, además, con el ejercicio compulsivo.

“Al principio era una búsqueda: querer estar mejor, rendir más en el deporte, comer sano”, recuerda. En su casa de Belgrano, sus padres y su hermano Tomy empezaron a notar que se servía la comida aparte. Con el tiempo, esas diferencias se volvieron rutina. Las comidas compartidas se transformaron en discusiones, portazos y silencios largos.

Tomy, de 30 años y a quien Nacho considera un eslabón clave en su proceso de recuperación, lo acompaña durante la entrevista con LA NACION. “Nosotros comíamos pastas y él, ensalada. O cuando nos sentábamos todos a cenar, él se quedaba en su cuarto. Mis viejos empezaron a preocuparse, pero él no veía ningún problema”, repasa. Durante años, lo vio apagarse: “No quería salir ni compartir ningún plan que implicara comida. Lo veíamos más flaco y más distante”.

Nacho (su nombre y el de Tomy fueron cambiados en esta nota para preservar su identidad) lo resume así: “Estaba preso en mi cabeza. Pensaba que no había salida. Hace poco vi una foto de esa época y no lo podía creer. Pasaba una brisa y me moría de frío. Llegó un punto en que no podía hacer deporte. No tenía fuerza y nunca entraba en calor porque mi cuerpo estaba anémico. Tenía el pelo superfinito, la autoestima baja y llegué a tener pensamientos suicidas”.

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“Cada vez llegan más casos”

Aunque los trastornos de la conducta alimentaria siguen asociándose a mujeres, cada vez más varones atraviesan historias como la de Nacho. Psiquiatras, psicólogos y nutricionistas especializados lo ven en sus consultorios, donde reciben chicos a partir de los 11 años. Es un fenómeno que se identificó hace más de una década, pero que se profundizó en la pospandemia.

“Hace algunos años, a nivel mundial, las investigaciones hablaban de 1 varón cada 10 mujeres con estos trastornos. Ahora, de 1 cada 4 o 6 mujeres. Esta última es la proporción que veo en mi consultorio”, explica la psiquiatra Juana Poulisis, fellow de la Academia Mundial de Trastornos de la Conducta Alimentaria (Academy of Eating Disorders).

Y agrega: “Tenemos más pacientes preadolescentes. Es sumamente frecuente que sean muy deportistas, con mucha exigencia académica, chicos obsesivos a los que les va muy bien en el cole”. En los varones —aclara Poulisis—, no suele verse tanta preocupación por el peso como en las mujeres, sino una obsesión por la comida “saludable”, el aumento de masa muscular y el ejercicio excesivo.

Gisela Rotblat, jefa del Servicio de Salud Mental Pediátrica del Hospital Italiano y directora de la carrera de Psiquiatría Infantojuvenil de esa institución, también ve un aumento de casos y subraya que la edad de la primera consulta fluctúa entre los 9 y los 16 años.

“En general, nos llegan más los cuadros de anorexia restrictiva, bulimia o trastorno por atracón. También vemos la preocupación excesiva por ganar masa muscular y por la alimentación saludable, donde las redes sociales y los estereotipos de perfección juegan un rol clave”, reflexiona Rotblat.

Volviendo a Nacho, si bien asegura que en su caso las redes no incidieron en el desarrollo de su TCA, sí admite que allí circula todo tipo de contenido dañino: de hecho, hace unos años él decidió salir de Instagram.

En las redes sociales hay mucho contenido que amplifica la obsesión por el aumento de masa muscular y el ejercicio excesivo, dos aspectos que pueden disparar trastornos de la alimentación. Video de TikTok“Deprimido y lleno de manías”

A los 25, Nacho se fue a vivir solo. Se recibió de economista y su obsesión por la comida “saludable” empezó a ocuparlo todo. Cada decisión, cada salida, cada plan giraba alrededor de qué y cuándo iba a comer.

“Gradualmente, fui bajando de peso. Durante todos esos años, mis viejos fueron viendo banderitas amarillas y rojas. Me decían: ‘che, estás muy flaco’. Pero yo no lo veía como una condición médica”, cuenta.

A principios de 2020, antes de que estallara la pandemia, se fue al exterior a hacer un máster. “Me fui buscando respuestas: quién soy, qué quiero hacer, para qué. Pero me encontré más solo que nunca y me encerré en mis propias obsesiones”, reflexiona.

La soledad, el aislamiento y la rigidez que ya lo dominaban se potenciaron. “Estaba recontra deprimido, ansioso, lleno de manías. Estaba trabajando y pensaba todo el tiempo en qué iba a comer ese día. Son alertas: cuando toda tu vida circula alrededor de la comida en lugar de que la comida sea algo más”.

Su familia también se iba sumergiendo en una pesadilla. “Nuestros viejos lo vieron desde el principio e intentaron hacer todo lo que podían. Pero él ya era grande, se aislaba y no los dejaba entrar. Yo intentaba luchar para que volviera el Nacho que conocía”, suma Tomy.

Cada vez que volvía a la Argentina, lo veían más flaco. Impulsado por sus padres, finalmente accedió a consultar con distintos profesionales. “Probé tratamientos, pero yo estaba negadísimo y los esquivaba”, admite.

Un verano, con su hermano fueron a jugar al tenis. “Por primera vez, le gané: las pelotas me llegaban sin fuerza, no podía correr”, recuerda Tomy. Nacho, asiente: “Daba dos pasos y me agotaba”. La balanza marcaba su peso más bajo. Fue tocar fondo, literal y simbólico. “Ahí empecé a ver que algo pasaba, pero igual decía que podía solo”.

De las redes a la cultura del fitness

Poulisis explica que el ideal masculino se centra en la musculatura magra y bien definida: “Las redes sociales, donde se promueve la cultura fitness y los modelos de deportistas de élite, tienen un alto impacto. Un porcentaje alto de varones con TCA usa sustancias para mejorar la apariencia o el rendimiento, como suplementos o esteroides”.

En esa línea, la médica nutricionista Ana Jure observa un patrón que se repite entre los pacientes varones preadolescentes y adolescentes: “Pertenecen a grupos del colegio donde se nuclean para ir juntos al gimnasio, pasarse recetas o videos de TikTok donde se promueven estas prácticas. Empiezan a obsesionarse en grupo”, cuenta.

Jure detalla que suelen adoptar dietas hiperproteicas. “El problema es que no comen otra cosa y, en general, esto va de la mano con una disminución o selección extrema de los carbohidratos, que a veces llegan a cero. La consigna es que pierden flexibilidad —explica—. Cuando les hacés mediciones corporales, además de un peso bajo, tienen un porcentaje de grasa corporal muy reducido”.

Por su parte, Poulisis detalla que lo más frecuentes en varones son los trastornos no específicos de la conducta alimentaria (Osfed, por sus siglas en inglés). Son aquellos que no llegan a tener todas las características de la anorexia o la bulimia nerviosa, por ejemplo. Entre ellos está la vigorexia, un tipo de dismorfia corporal que se caracteriza por perseguir el ideal de un cuerpo “grande y musculoso”, lo que genera un espiral de ejercicios compulsivos y dietas superestrictas.

Más allá de los Osfed, Rotblat suma que las investigaciones muestran que el trastorno por atracón es el problema alimentario específico más frecuente en varones, seguido por la bulimia nerviosa (entre ambos representan alrededor del 30% de los casos en hombres) y la anorexia, con una prevalencia del 10 al 15% de los pacientes. En los chicos más pequeños, en cambio, suele aparecer el Trastorno Evitativo Restrictivo de la Ingesta de Alimentos (Teria), que representa dos tercios de los casos en varones.

“La gravedad de un TCA en un hombre puede ser igual o incluso mayor que en las mujeres, con una diferencia clave: tanto los propios varones como sus familias tienden a considerar la anorexia, la bulimia o los atracones como enfermedades femeninas —advierte Rotblat—. Esto hace que muchas veces tarden en reconocer el problema o sean más reticentes a pedir ayuda especializada”.

En definitiva, las especialistas coinciden en que el diagnóstico de casos de trastornos alimentarios en varones a menudo está infraestimado, como también lo señalan diferentes estudios.

 Muchos adolescentes adoptan dietas restrictivas o proteicas sin asesoramiento nutricional. Video de TikTok“Si seguís así, te morís”

En su mente, Nacho, que había terminado su maestría, seguía teniendo un plan: irse a otro país europeo, empezar un doctorado. Hasta que un día, fue su hermano quien encontró la manera de entrarle. “Ya no sabía cómo hablarle —cuenta Tomy—. Hasta que en unas vacaciones lo vi tan flaco que me asusté de verdad. Le dije que íbamos a buscar ayuda y esa vez me escuchó”, repasa.

Una conocida los contactó con Poulisis. En enero de 2024, Nacho la conoció y así llegó al diagnóstico de anorexia nerviosa. Empezó un tratamiento con ella y con Jure. Además, hacía terapia con su psicólogo. “Al principio no quería saber nada con la medicación psiquiátrica. Pero acepté. Me pidieron estudios de todo tipo: tenía anemia, valores alterados, todo el cuerpo en alarma”, describe el joven.

Durante los primeros, meses no hubo mejoras: su compromiso estaba lejos de ser pleno. En marzo, Nacho volvió a instalarse en la Argentina y un día las especialistas lo citaron junto con su familia. Les hablaron sin rodeos: si seguía así, se iba a morir.

“Esa reunión fue tremenda —dice Tomy—. Le hicieron firmar un deslinde de responsabilidad. Le explicaron que lo que correspondía por protocolo era internarlo, y como Nacho no quería, le pidieron que asumiera la responsabilidad de lo que podía pasarle”.

Poulisis recuerda ese momento: “Las manos parecían cadavéricas. Nunca había visto un hombre con semejante déficit de grasa corporal. Se le caían los párpados porque no había masa grasa periorbitaria. Estaba muy desnutrido”.

Nacho salió de esa reunión con la cabeza estallada. “Por primera vez pensé: algo tengo que hacer”, admite. Por indicación médica, su familia se organizó para acompañarlo en cada comida. “Nos turnábamos con mis viejos —cuenta Tomy—. Yo era el más pesado. Si no comía, le decía: ‘Te la encajo con un embudo’”.

Nacho se ríe al recordarlo, pero sabe que sin ese humor y esa constancia, probablemente no estaría contando su historia. “Con ese acompañamiento empecé a subir de peso —afirma—. Mi recuperación fue multifactorial: la medicación, la familia, el equipo terapéutico y, sobre todo, el clic interno. Todo junto”.

Psiquiatras, psicólogos y nutricionistas atienden a chicos que presentan trastornos de la alimentación desde los 11 años. Video de TikTokMarcados, fuertes y definidos

Los trastornos de la conducta alimentaria, detalla Poulisis, tienen diversas causas. Intervienen factores biológicos y neuropsicológicos, con una fuerte predisposición genética, y rasgos de personalidad, como el perfeccionismo o la rigidez cognitiva. También influyen temas socioculturales. “Estar marcados, fuertes y definidos”, ejemplifica Poulisis en el caso de los varones, además de factores vinculados a “la dificultad para poner en palabras las emociones desde niños”. Y, finalmente, inciden variables ambientales y familiares, como los modelos centrados en el rendimiento y la apariencia.

Entre los factores de riesgo, Poulisis menciona haber atravesado situaciones de bullying, comparaciones sociales o humillación corporal. En los varones, agrega, suele observarse una alta comorbilidad psiquiátrica: los TCA se asocian con depresión, trastorno obsesivo compulsivo y ansiedad, entre otros cuadros. “El tipo de tratamiento y abordaje son iguales en varones y mujeres, un abordaje centrado en la familia, con soporte”, agrega.

Para la especialista, es fundamental que los profesionales se formen en la detección, evaluación y reconocimiento de los TCA en varones y niños, y también en las complicaciones específicas que pueden presentar.

“Recién en los últimos cinco años, los congresos médicos empezaron a incluir charlas sobre TCA en hombres y niños —destaca la psiquiatra—. Los profesionales de la salud deberíamos preguntarles sistemáticamente a los varones sobre sus hábitos alimentarios, cómo se sienten con su cuerpo o si hacen ejercicio de manera compulsiva, como parte de una evaluación de rutina. Muchas veces se asume que los TCA son solo de mujeres, y por eso se diagnostican poco”.

“Todavía me cuesta decirle anorexia”

En mayo de 2024, el cuerpo de Nacho empezó a responder. En el año y medio siguiente, subió casi 30 kilos. “Hoy peso 78, tengo todos los valores normales y tanto Juana como Ana, mi equipo tratante, me dieron el alta. Volví a jugar al tenis y a disfrutar de la vida en general: antes no disfrutaba de nada”, dice. Con una sonrisa, Tomy asegura: “Nunca imaginé que en 20 meses iba a estar como está y pudiendo hablar así de lo que atravesó”.

Aun así, Nacho no romantiza la recuperación: “Mi relación con la comida es infinitamente mejor que antes, pero pienso mucho en qué como, si es sano, si debería o no. Hay días en que puedo pedir delivery con amigos y disfrutar, y otros en que estoy solo y se me complica”.

Cuando mira hacia atrás, reconoce que fueron años de lucha compartida: “Mis viejos hicieron mucho, pero Tomy fue el que me salvó: me entró desde otro lugar, como par. Siempre digo que mis viejos me dieron la vida, y mi hermano, la segunda.”

—¿Qué le dirías a un chico que está pasando por lo mismo que pasaste vos?

—Que la vida vale mucho la pena como para perderla en obsesiones con la comida. Que siempre hay tiempo para mejorar: yo me recuperé teniendo 30 años. Que escuchen a la gente que tienen alrededor, que confíen en los profesionales y que ante la más mínima duda de que algo malo puede estar pasando, hablen. Porque parece que se habla mucho del tema, pero no se habla tanto. Esto le puede pasar a cualquiera.

A veces, Nacho piensa en esa versión de sí mismo que solo quería dormirse y despertar cuando hubiese pasado todo. Hoy, desde otro lugar, sabe que no hay atajos. Que el camino se recorre acompañado.

“Todavía me cuesta ponerle nombre a todo esto. Me cuesta decirle anorexia. Es difícil asumirlo. Pensaba que no había salida. Y mirá dónde estoy. No diría que mi historia es de éxito, pero sí que siempre se puede. Cuanto mejor acompañado estés, mejor va a ser el resultado”, concluye.

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Fuente: https://www.lanacion.com.ar/comunidad/anorexia-en-varones-el-mandato-que-llevo-a-nacho-al-borde-de-la-muerte-y-enferma-a-miles-de-jovenes-nid26112025/

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