Andamio 90, historia y anécdotas de la sala fundada por Alejandra Boero que cumplió 35 años de vida
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Ingresar a Andamio 90 conlleva el mismo misticismo que ingresar a un templo. El silencio invade la escena con la sala a puertas cerradas y el forastero no puede más que impregnarse de esa atmósfera que va de lo sagrado a lo pagano. La divinidad del teatro.
La sala, fundada hace 35 años por la siempre recordada Alejandra Boero, es uno de esos faros autogestivos del teatro nacional, con compromiso ético, estético, social y artístico.
El espacio finaliza la actual temporada celebrando las tres décadas y media de labor ininterrumpida. Sostenida en el empeño, la pasión, el talento, pilares de esa casa que también es una escuela por donde han desfilado miles de alumnos, muchos de ellos con gran trascendencia pública.
“La sala se inauguró con el estreno de Final de partida con Alfredo”, comienza diciendo Alejandro Samek, el patriarca de la casa, hijo de Alejandra Boero, quien recibe a LA NACION en su oficina del primer piso, rodeado de fotos y hermosos recuerdos.
Impecablemente vestido, Samek se pasea con aires de dandi. “Me siento cómodo con traje y corbata”, sostiene este hombre con resabios de su otra vida como gerente de banco, pero que siempre estuvo ligado al desarrollo de Andamio 90.
Bajo estos pilares de la calle Paraná al 600, “Alfredo” es Alcón y no hace falta aclararlo, como tampoco es necesario detallar que mencionar a “Alejandra” es pensar en Boero, excelsa actriz, directora y maestra -fallecida en mayo de 2006- que imaginó este lugar referencial de la escena nacional, lo puso de pie.
“El telón se levantó a finales del otoño de 1991”, confirma Samek, a quien sus colaboradores llaman “Ale”. El clima de fraternidad, amistad y colaboración se respira entre los integrantes del equipo que circulan por el lugar al momento de realizar esta entrevista.
“Ingresamos a este solar en diciembre de 1990 y tomó varios meses hacer la obra que convirtiera el lugar en un teatro”. Hasta ese momento, el espacio era un galpón que ocupaba el enorme predio cuya profundidad casi hace tocar su muro posterior con la calle Montevideo.
La idea primigenia de Boero fue crear un espacio con un claro objetivo: “Ser una sala para que experimentaran jóvenes y artistas no conocidos. Sin embargo, la primera obra fue con Alcón porque se trataba de su debut como director”. Aquella versión de la pieza de Samuel Beckett contaba al propio actor como cabeza de compañía, acompañado por Márgara Alonso, Osvaldo Bonet y Horacio Roca.
“Cuando llegó Alfredo, nos encontró picando paredes y pisos. Al ver la construcción, se entusiasmó y pidió dejar todo tal cual porque le venía bárbaro para su puesta de Final de partida. Pero recuerdo que le dije ´Alfredo, si dejo esto así, no me habilitarán el teatro´. Tuvimos suerte, fue un exitazo. El hecho que todo haya comenzado con él, nos dio una visibilidad muy buena”.
-¿Cómo era trabajar con Alcón?
-Era un tipo de una sencillez y humildad enormes, más allá de su talento.
Abrir escenariosAlejandra Boero y Pedro Asquini -segundo esposo de la actriz- habían abierto salas como el Apolo, en el marco de Nuevo Teatro. La actriz llevaba en la sangre no solo su vocación por la interpretación, sino también por la gestión.
View this post on Instagram“Ella se la pasó siempre tratando de abrir salas. Antes de Andamio 90 tuvimos otras salitas que, cuando comenzaban a funcionar bien, los dueños de los locales, pensando que era un buen negocio, nos aumentaban el alquiler; pero no ganábamos nada, así que como, no podíamos pagar esas cifras que nos pedían, nos mudábamos”.
Un gran amigo de Alejandra Boero y de su hijo dio impulso al proyecto: “Era el arquitecto García Vázquez, un enorme urbanista, presidente de la Asociación de Arquitectos, quien repartió su fortuna entre sus amigos más queridos. En 1987 a Alejandra le tocaron casi cincuenta mil pesos, con eso, más hipotecas y préstamos, se pudo entrar a este lugar".
“Tardamos mucho en devolver lo que nos habían prestado, aunque lo hicimos a puro riesgo. En 35 años de vida pasamos todas las crisis posibles que pueda tener un país. En la Argentina siempre hay incertidumbre económica con lo que pueda suceder mañana”.
-Entiendo que las hipotecas serían sobre sus viviendas particulares. ¿Había miedo a perderlo todo?
-Éramos unos inconscientes absolutos, no pensábamos en eso. En mi caso, lo que ganaba en otro lado, lo ponía acá. Y, mi vieja, que estaba trabajando muy bien en otros lugares, ponía sus cachets para levantar Andamio 90. Por otro lado, desde 1967 existió el Taller de Teatro de Alejandra Boero, que también generaba algunos ingresos. La plata de la escuela, mi vieja no la usaba para vivir, la volcaba en la sala. Mi mamá vivía de una jubilación muy chiquita y de los contratos que le iban surgiendo en el San Martín o en el Cervantes. En lo personal, ella gastaba poco, así que todo lo destinaba al teatro. Andamio 90 se hizo a puro riesgo personal.
MojonesA la hora de pensar en los títulos que poblaron la programación de la sala y que significaron hitos estéticos e ideológicos, Samek se mete en un embrollo, imposible clasificar tanto y tan bueno, pero vale la intención: “Es muy complejo tener que enumerar, es mucho trabajo a lo largo de los años, pero podría pensar en El cerco de Leningrado, 1789, Volvió una noche, Sopa de pollo, y tantos más”.
La versión de El cerco de Leningrado, de José Sánchez Sinisterra, fue protagonizada por Alejandra Boero y María Rosa Gallo, quien, al accidentarse, debió ser reemplazada por Lydia Lamaison: “Esa segunda puesta la dirigí yo, porque el director Osvaldo Bonet estaba cansado que las dos viejas no le dieran bolilla”.
Lo que no mucha gente sabe es que la producción de la primera versión de la obra corrió por cuenta de Palito Ortega. “A María Rosa (Gallo) había que pagarle, porque nunca tenía un mango. Tengo un gran respeto por Palito, porque, con nosotros, se portó de diez”.
-¿Cómo llegaron a Palito Ortega?
-Él llegó a nosotros. Pacho O´Donnell le hizo una entrevista televisiva a Alejandra que fue vista por Evangelina (Salazar), quien quedó tan seducida por lo que decía mi vieja que habló con Ana María Picchio, su gran amiga, para que hiciera el contacto.
Al tiempo, el cantante organizó un asado en su quinta en honor de Boero y Gallo. “En un momento, él las escucha hablar sobre El cerco de Leningrado y dice ´me gustaría ayudarlas´, pero ellas, en la suya, ni lo escucharon, hasta que volvió a repetir el ofrecimiento y yo les remarqué ´¿están escuchando lo que dice Ramón?´. Ahí comenzó una hermosa relación”.
El estreno de Volvió una noche se dio luego de que Samek llevara su puesta a Nueva York, logrando una gran repercusión. Indudablemente, en él se da lo de tal palo tal astilla y una vocación heredada sobre la escena, lo artístico y la gestión que él validó siempre con notable minuciosidad y talento.
-¿Cómo era trabajar con Alejandra Boero?
-Era una discusión constante. Ella tenía muchísimas ideas que me seducían, pero costaban una fortuna. A mí me tocaba siempre el penoso trabajo de conseguir la plata para llevar adelante los proyectos o de decir que tal o cual emprendimiento no se podía llevar a cabo. A Alejandra la plata le importaba tres pepinos.
Tal es así que la actriz mandó a tirar abajo una suerte de pasarela elevada, que era muy interesante para otras puestas y funcional al desplazamiento, pero que no le servía para la versión de una obra que estaba por estrenar. “En Nuevo Teatro el que se ocupaba de la plata era Pedro Asquini”.
-Es evidente que la plata no era un tema para su madre.
-Es que, si estás muy pendiente de eso, no podés crear. Si sos un poco inconsciente, la vas remando. Siempre se encuentra otro loco que te ayuda. Andamio 90 es la consecuencia del trabajo de ella, mi propio trabajo y de toda la gente que pasó por acá tratando de realizar sus sueños, poniendo su talento y también su dinero para las producciones.
-En tantos años y con tantas crisis económicas azotando al país, Andamio 90, ¿corrió riesgo de bajar su telón definitivamente?
-Nunca lo pensamos. Siempre estuvimos acostumbrados a crecer en base a las hipotecas. Aunque, en 2001, los padres de los alumnos de la escuela nos venían a ver para decirnos que no nos podían pagar y que lo harían en diciembre, luego que cobrasen el aguinaldo, pero, en diciembre explotó todo y nadie pagó nada.
-Entonces.
-Ya habíamos comprado el tercer piso de este edifico, donde funcionaba una parte de la escuela. En esa crisis, lo tuvimos que vender junto con otras cosas que no vienen al caso mencionar. Pagamos todas las deudas y seguimos adelante, pero nunca se nos ocurrió cerrar porque se trataba, y se trata, de un proyecto de vida.
En 1999, la escuela de Andamio 90 está incorporada a la enseñanza oficial. Hoy se dictan las carreras de Dirección, Actuación y Profesorado, todas de grado. “El Profesorado es eje de la escuela y es una posibilidad de salida laboral”. Actualmente, la matricula es de 400 alumnos.
La vida-¿Cómo fue ser criado por una mamá como Alejandra Boero?
-Me la pasaba adentro de los teatros. Mi primer papel, cuando estaba en cuarto grado, fue en Tiresias como lazarillo, en la versión donde el personaje principal lo interpretaba Camilo da Passano.
-Actor precoz.
-Mi abuela me acompañaba al teatro, hacía la escena que me tocaba, y me llevaba a mi casa de regreso. Para el saludo final solo me quedaba cuando al otro día era feriado y no tenía que ir a la escuela. Me daba bronca porque yo quería saludar siempre.
-¿Cómo era la vida hogareña? Imagino una casa llena de actores que entraban y salían.
-En realidad, la vida era afuera de casa, mi vieja se la pasaba en el teatro. Cuando se casó con (Pedro) Asquini, quien también trabajaba como contador en una empresa, los dos se pasaban el día dentro de las salas. Algunas veces se hacían reuniones en casa o se leía el texto de alguna nueva obra.
-Y usted acompañando desde niño.
-Siempre que fuera posible, mi vieja me llevaba al teatro y yo era feliz. Me encantaba escuchar las conversaciones de los grandes y siempre recuerdo cómo Carlos Gandolfo me ayudaba a hacer los dibujitos para el colegio.
-¿Qué otra figura estaba cerca en esa vida tan atípica?
-Héctor Alterio era como mi hermano mayor. Como a mí me gustaba hacer cualquier cosa en el teatro, Alterio me enseñó a enderezar clavos, porque, en aquella época, todo se reciclaba. Él había hecho ese trabajo cuando era chico y me inculcó la tarea a mí, que tendría unos ocho años. Te quedaban los dedos machucados, pero aprendías.
Era un niño cuando su madre lo llevaba a la sala donde hacía Bajo fondo de (Máximo) Gorki. “Cuando llegaba la censura, me escondían adentro de la escenografía para que los inspectores no vieran a un nene porque era una obra para adultos. Además, como se trata de un clásico de un autor ruso, pensaban que todos los que estaban ahí eran comunistas, algo que no era así porque, en Nuevo Teatro, lo que valía era la diversidad”.
-Alejandra Boero, ¿era una madre exigente?
-Como todas las mamás, llegaba con un nueve en el boletín y me preguntaba por qué no me había sacado diez. Siempre se preocupó por mi futuro y por cómo me iba a mantener. Ella venía de la vieja concepción del teatro independiente, donde había que tener un laburo para pagar las cuentas y después hacer teatro, porque, para ser independiente en el teatro, había que serlo de los empresarios y del Estado.
-¿Qué fue lo último que conversó con su madre?
-Sabía de su gravedad, padecía EPOC, aunque nunca había fumado. Se estaba muriendo y la morfina no le permitía hablar bien, aunque ella no consideraba que estaba partiendo. Una noche, en su casa, nos decía algo que la señora que la cuidaba y yo no entendíamos, pero le respondíamos como si entendiéramos. En un momento, haciendo un esfuerzo sobrehumano, tomó una bocanada de aire y nos dijo “¿por qué hablan al ped...? Estoy diciendo otra cosa”. En medio de la tristeza de la situación nos morimos de risa.
-Genio y figura.
-Hasta la sepultura.