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Algunas plantas que crecen “solas” no son un error, sino un diagnóstico

Las plantas espontáneas dejaron de ser vistas como invasoras para convertirse en aliadas del suelo, refugio de polinizadores y herramientas clave en el diseño naturalista. Durante décadas...

Algunas plantas que crecen “solas” no son un error, sino un diagnóstico

Las plantas espontáneas dejaron de ser vistas como invasoras para convertirse en aliadas del suelo, refugio de polinizadores y herramientas clave en el diseño naturalista. Durante décadas...

Las plantas espontáneas dejaron de ser vistas como invasoras para convertirse en aliadas del suelo, refugio de polinizadores y herramientas clave en el diseño naturalista.

Durante décadas nos enseñaron a erradicar toda planta que no figurara en el catálogo del vivero. Si crecía sola, era sospechosa. Si resistía al corte, aún peor. Así se construyó una estética del control donde las malas hierbas quedaban fuera del jardín ideal.

Pero el paradigma cambió: las malezas ya no son el enemigo. Algunas actúan como bioindicadoras, revelan secretos del suelo, atraen polinizadores, protegen cultivos y hasta se convierten en piezas clave del paisajismo más vanguardista.

Entonces, por qué no desarrollar una mirada más fina y menos compulsiva: dejar crecer para aprender, observar antes de arrancar.

Porque la naturaleza —como el buen diseño— también necesita su dosis de caos

Plantas mensajeras

Algunas malezas no llegan porque sí; son mensajeras. Aparecen en respuesta a condiciones del suelo y su presencia dice mucho más que un análisis químico.

Se las llama bioindicadoras y, lejos de ser un problema, pueden ser aliadas poderosas para entender lo que pasa bajo nuestros pies.

¿Ejemplos concretos? La verdolaga (Portulaca oleracea) brota cuando el terreno no drena bien. La acedera (Rumex obtusifolius) suele indicar exceso de nitrógeno, mientras que el trébol blanco (Trifolium repens) aparece para equilibrar el juego: fija nitrógeno y ayuda a mejorar suelos pobres.

Muchas especies que solemos arrancar sin pensar sirven para cubrir y proteger el suelo desnudo y ayudan a evitar la erosión

Escuchar lo que nos dicen esas plantas puede ser una herramienta de diagnóstico valiosísima del jardín. ¿Por qué arrancarlas ciegamente si nos están dando información gratis?

Malezas que alimentan

Muchas flores espontáneas, que entran en el ítem que solemos llamar malezas, funcionan como estaciones de servicio para abejas, mariposas y otros polinizadores que en la ciudad suelen tener pocas opciones para alimentarse.

Plantas como el diente de león (Taraxacum officinale) ofrecen néctar y polen justo cuando otras flores aún no despiertan.

La galinsoga (Galinsoga parviflora), con sus flores diminutas pero abundantes, es un imán para abejas nativas, mientras que el amor seco (Bidens pilosa) se lleva el premio a la persistencia: florece a destiempo y con gran generosidad, formando matas.

En ciudades como Buenos Aires, donde el asfalto y la contaminación limitan la oferta floral, estas malezas buenas son un oasis que sostienen cadenas tróficas enteras.

Así, lo que parecía un problema se convierte en recurso: jardines y veredas con malezas bien seleccionadas pueden ser verdaderos refugios urbanos para polinizadores.

Incluir malezas en el jardín no es descuido, es criterio. El diseño naturalista —ese que imita la lógica de los paisajes silvestres— las valora como aliadas.

Muchas espontáneas tienen formas y texturas interesantes, como la ortiga mansa o el llantén, que bien combinadas pueden sumar estructura y biodiversidad sin perder estética.

La clave está en el contexto: en masa, repetidas o en bordes, se ven intencionales. Integrarlas reduce el mantenimiento, atrae fauna útil y le da al jardín un carácter más auténtico.

Fuente: https://www.lanacion.com.ar/revista-jardin/algunas-plantas-que-crecen-solas-no-son-un-error-sino-un-diagnostico-nid18102025/

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