Alejandro Carcano, el ciclista argentino que lucha contra el Parkinson y pedaleó 94 días hasta Nueva York
Alejandro Carcano se detuvo a protegerse de la lluvia torrencial bajo un precario toldo a la espera de que la intensidad de la tormenta le diera un respiro para encontrar un sitio donde comer y des...
Alejandro Carcano se detuvo a protegerse de la lluvia torrencial bajo un precario toldo a la espera de que la intensidad de la tormenta le diera un respiro para encontrar un sitio donde comer y descansar. Eran las 10 de la noche en El Salvador y su cuerpo le pedía una pausa luego de un día completo pedaleando. De pronto, se detuvo frente a él un auto, del que se bajó una persona con el torso desnudo.
El sujeto se paró casi a su lado y, mientras orinaba, le preguntó en tono intimidante: “Gringo, ¿cuánto vale tu bicicleta?“. La reacción de Alejandro fue instintiva: “En este momento la bicicleta vale mi vida”. Y sin más dialogo, la persona se alejó dejando en el aire la sensación de que una respuesta tan honesta y visceral cambió sus planes.
Una bicicleta no vale la vida de nadie, pero para Alejandro es una extensión de su cuerpo, la herramienta que lo ayuda a seguir en movimiento y el camino que encontró para darle batalla a una enfermedad que se apoderó de su cuerpo y que lo acompaña desde hace siete años, el Parkinson.
“Emprendí este viaje en bicicleta de Buenos Aires a Nueva York casi con lo mínimo indispensable y sin demasiados recursos, porque esta es mi manera de andar por la vida. Mi intención es demostrar que se puede vivir con Parkinson y que lo importante es no bajar los brazos”, le dice a LA NACION Alejandro Chuky Carcano (57 años) desde Times Square, lugar al que llegó luego de tres meses de pedalear incansablemente. Su presencia se mezcla con una multitud ensimismada en sus asuntos sin reparar en la presencia de este ciclista que relata su periplo de manera cadenciosa, invadido por el cansancio.
La lucha que emprendió frente al Parkinson lo llevó a informarse acerca de posibles tratamientos. Y en ese recorrido, conoció al investigador Fernando Pitossi, bioquímico egresado de la Universidad de Buenos Aires, doctor en Ciencias Biológicas, jefe del laboratorio de terapias regenerativas y protectoras del sistema nervioso central en la Fundación Instituto Leloir-IIBBA (Conicet), que trabaja buscando paliativos a esta enfermedad a partir de la utilización de células madre.
Descubrir la tarea que Pitossi y su equipo llevan adelante fue revelador para Alejandro y se convirtió en el puntapié para darle forma a una fundación llamada Indepar (Investigación, Deporte y Parkinson), con la que espera recaudar fondos para apoyar el proyecto de investigación, aunque él sabe que es poco probable que esos avances se puedan convertir en un tratamiento que lo ayude. “Tengo claro que los tiempos de la investigación son largos y sé que si esto es una posible solución no será para mí, pero me entusiasma pensar que si una persona está trabajando para una solución, yo tengo que ayudarlo”.
Las ganas de darle un empujón a Indepar fue la razón por la que Carcano decidió emprender este viaje buscando visibilizar su enfermedad y potenciar la recaudación de fondos.
El plan sonaba ambicioso porque a la dificultad que le plantea el Parkinson se sumó la escasez de recursos, dado que Carcano optó por llevar adelante la travesía casi sin apoyo logístico. “Arranqué el domingo 1° de junio desde mi casa en Villa Crespo acompañado por un grupo de amigos que me siguieron hasta Campana; y el primer día llegué hasta Baradero. Definía sobre la marcha dónde me iba a quedar a dormir y, antes de llegar, le pedía a Carolina, mi pareja, que haga una reserva, aunque la mitad de las veces paré en estaciones de servicio o en lugares donde me invitaban”, cuenta Carcano, que vivió los tres meses con un presupuesto de 8000 dólares, llevando como equipaje sólo un dispositivo satelital, dos teléfonos celulares, una tablet, dos mudas de ropa, una campera, una bolsa de dormir y un saco vivac.
Tampoco seguía una dieta predefinida y se alimentaba de lo que el camino le ofrecía, adaptando el paladar a los gustos y costumbres de cada país. “Me invitaron a comer infinidad de veces porque la bicicleta y mi indumentaria llamaba la atención y cuando contaba mi historia la reacción inmediata era darme una mano pagando la comida”, cuenta Alejandro que pedaleó entre 150 y 200 kilómetros durante ocho a diez horas diarias durante tres meses.
El segundo día de viaje le brindó la primera sorpresa cuando se detuvo a comer en una estación de servicio de San Gerónimo, en la provincia de Santa Fe. Un grupo de personas que jugaban al truco le preguntaron para dónde iba y Alejandro les contó acerca de su travesía. Le dieron alojamiento en la sala de primeros auxilios de los bomberos del pueblo. “No llevaba ningún cartel, ni nada que decía lo que estaba haciendo, pero cuando me preguntaban, contaba mi historia y mucha gente se solidarizaba”, explica Alejandro, que el cuarto día durmió en la Municipalidad de Colonia Caroya, en Córdoba, invitado por la intendencia, luego de una entrevista que le hizo un medio local. Las invitaciones se repitieron durante el trayecto, sobre todo de ciclistas que se enteraban de su recorrido por redes sociales. Chuky destaca lo variado de los sitios donde lo alojaron: “Me tocó pasar la noche en todo tipo de lugares. Cerca de Atacama me invitaron a dormir en un hotel cinco estrellas y al otro día en una casa muy humilde rodeado de animales”.
En los más de 90 días que duró el periplo cruzó la Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Colombia, saltó en avión a Costa Rica y luego de atravesar Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, México y Estados Unidos, donde finalmente arribó a Nueva York. “En un principio jugué con la idea de ir a ver a Michel Fox que, que como yo tiene Parkinson, pero eso fue solo una excusa. Lo que yo quise hacer es visibilizar esta enfermedad y demostrar que es posible presentarle batalla”, sostiene Carcano.
Cruzar América de punta a punta fue el mayor desafío para un ciclista que ya acumulaba logros importantes. En 2022 fue uno de los dos primeros argentinos en finalizar los 4500 kilómetros de la North Cape, una competencia que comienza en el norte de Italia y termina en el Cabo Norte, en Noruega. Antes, había participado en carreras ciclísticas de ultra distancia, además de haber finalizado diez Iron Man, la modalidad del triatlón en la que se debe nadar 3,8 kilómetros, pedalear 180 y finalmente correr 42, todo de manera continua.
“Esta travesía es una de las cosas más importantes que hice en mi vida y me llena de orgullo. Tuve que luchar contra el dolor, la rigidez y mi cuerpo que a veces se revela, pero también confirmé que el ser humano tiene una enorme capacidad de adaptación. Si la mente funciona, el cuerpo acompaña”, afirma Alejandro que, paradójicamente, transita su enfermedad sin rencor, entendiendo que lo ayudó a darle un nuevo rumbo a su vida.
“Antes de que me diagnostiquen, el deporte era mi pasión, aunque yo era uno más del montón. Hoy siento que la lucha frente al Parkinson, contarles a los demás que no hay que bajar los brazos y ayudar a otros que transitan por lo mismo que me sucede a mí, le da un sentido y un propósito diferente a mi vida”, apunta.
La imagen romántica y bucólica de América como un continente salvaje e inhóspito no es el primer recuerdo que Carcano se llevó de su viaje. Rutas angostas y en mal estado, pobreza, suciedad y grandes desigualdades son algunas de las postales que recogió en el camino. “Este viaje me ayudó a confirmar algo que yo sabía, porque recorrí Argentina de punta a punta. Nuestro país es maravilloso, con buena infraestructura, con mucha riqueza, y si la comparamos con el resto de los países de Latinoamérica estamos claramente un paso adelante”, sostiene a partir de las vivencias acumuladas durante los tres meses y los casi 12.000 kilómetros recorridos.
Más allá de algún mal momento, el relato de su periplo es luminoso y optimista porque Alejandro rescata la solidaridad de la gente que se cruzó en el camino, pero cuando desanda su relato surgen momentos donde la adversidad casi lo lleva a flaquear. El primer gran problema que se presentó fue en la frontera entre Perú y Ecuador, cuando un cambio en la reglamentación que exigen para la vacunación de fiebre amarilla lo obligó a volver y estar doce días en cuarentena. Otro momento de tensión fue en varias zonas de México, donde se cruzó con una fuerte presencia de la policía y el ejercito en la lucha contra al narcotráfico. “Por suerte no me pasó nada, pero la sensación de que te crucen por la ruta camionetas llenas de policías con ametralladoras no es linda”, explica Carcano. Cree que el mayor riesgo que atravesó fueron las rutas, porque no están preparadas para el tránsito de bicicletas.
Desde su mirada, la última parte de la travesía y el último país que le tocó atravesar fue la prueba más difícil. Su falta de manejo del inglés fue un primer obstáculo a lo que se sumó que, en las rutas norteamericanas, no está permitido circular en bicicleta, por lo que tuvo que dibujar un recorrido a partir de caminos alternativos. “Es un país que está diseñado para moverse en auto y no hay lugar para las bicicletas. En las estaciones de servicio y en los bares de ruta no hay lugar donde sentarse. Todo está armado para que compres y te lo lleves al auto y yo estaba acostumbrado a que esos eran mis lugares de parada y donde comía”, cuenta y destaca el contraste entre las grandes ciudades y el interior de Estados Unidos. “Son dos países diferentes, la gente es menos comunicativa, hay una epidemia de gordura y me llamó la atención las enormes extensiones donde no hay nada sembrado y es todo tierra inhóspita”.
El único accidente en todo el trayecto lo sufrió entrando a Missouri, una madrugada calurosa en la que la policía lo desalojó cuando dormía al costado de una estación de servicio: “Son muy respetuosos, pero inflexibles, y no te permiten dormir en espacios públicos, cosa que hice desde Argentina hasta México. Esa noche me pidieron amablemente que me fuera, por lo que salí en mi bicicleta y medio dormido tuve que atravesar un puente largo. Al final de la bajada la rueda se metió en una grieta profunda, salí volando y di dos vueltas en el aire. Me levanté como pude y seguí caminando porque se me rompió la cubierta y la cámara. Hice dedo durante dos horas y finalmente me paró el mismo policía que me había echado de la estación de servicio que me acercó hasta un hotel donde me recuperé del golpe”.
La emoción tras el objetivo cumplido View this post on InstagramA post shared by Alejandro Carcano (@ale.carcano)
La posibilidad de conocer el detrás de escena de cada uno de los países le dio una perspectiva diferente. “Me sorprendió la cantidad de gente que vive en la calle y la pobreza que hay en todo el continente, incluyendo Estados Unidos donde la miseria es diferente, pero existe igual. Lo que también se palpa es la solidaridad, incluso de los que tienen poco. Una noche, en Estados Unidos, me acomodé a dormir en un costado de una estación de servicio donde encontré un rincón para poner la bolsa de dormir y un enchufe para el teléfono. Como ya era costumbre, alrededor de la 4 de la mañana llegó la policía y me sacó del lugar, y cuando me estoy yendo una persona en situación de calle se me acerca y me da un café con leche caliente mientras me explicaba que yo le había ocupado el lugar donde él dormía”.
Luego de 94 días de pedalear, de luchar contra el cansancio, la falta de recursos y de las dificultades que le plantea el Parkinson, Carcano llegó a Nueva York. Contra todo pronóstico y a su manera, sin estridencias y casi en el anonimato. El bullicio de Time Square fue el marco para un recibimiento alejado de lo que la epopeya pide, donde Michel Fox no estuvo, aunque esto no le quitó ni un gramo de trascendencia a la gesta de un ciclista que se revela contra una enfermedad impiadosa y, lejos de rendirse, quiere seguir pedaleando: ”Quiero contarle a quien quiera oírme, pero sobre todo a los que tienen esta enfermedad y a sus familias, que es posible vivir con el Parkinson”, afirma Alejandro, junto a su compañera inseparable, la bicicleta.