Agostina Hein, la nadadora argentina que brilla a los 17 años: la pileta de lona en la pandemia, Guns N’ Roses y el blindaje ante las expectativas
La natación es uno de los deportes centrales de los Juegos Olímpicos. De hecho, se encumbra como uno de los cuatro imperdibles desde la primera edición de la era moderna, en Atenas 1896. Jeanett...
La natación es uno de los deportes centrales de los Juegos Olímpicos. De hecho, se encumbra como uno de los cuatro imperdibles desde la primera edición de la era moderna, en Atenas 1896. Jeanette Campbell, Luis Nicolao, Georgina Bardach, José Meolans, Delfina Pignatiello... La Argentina, históricamente, tuvo un fuerte vínculo con la natación de elite. Hoy, ese último gran eslabón, es Agostina Hein, nacida hace 17 años en Campana, la deportista más joven (con 16) de la delegación argentina en los Juegos Olímpicos de París 2024.
En agosto pasado sacudió el deporte nacional al ser campeona en el Mundial Juvenil de Rumania, en la prueba de 400 metros combinados, certamen al que llegó sin descanso y desde el otro lado del océano, luego de obtener ocho medallas (tres de oro) en los Panamericanos Junior, en Asunción. Reciente ganadora de cuatro oros en el Trofeo José Finkel, tradicional campeonato brasileño de clubes, en esta temporada no dejó de evolucionar y coleccionar medallas. Es una atleta distinta, que se esfuerza a diario para perfeccionarse y, según la mirada experta, tiene todo para ser finalista en Los Ángeles 2028.
“Lo que me trajo hasta acá es el esfuerzo mío, de mis papás de todo el grupo que me acompaña”, dice la nadadora, a modo de presentación, para el ciclo Conversaciones, en la redacción de LA NACION.
-Nicolao, emblema de la natación argentina, alguna vez contó que de chico le tenía miedo al agua. ¿Cómo era tu caso?
-Era muy complicado que me pudieran sacar del agua. Era el lugar donde estaba feliz desde muy chiquita. Con mis papás íbamos a Entre Ríos, estaba siempre con ellos en el agua; lo tengo muy presente. Después, el primer recuerdo que tengo con la natación es a los tres años: mis padres me llevaron a la escuela de natación Aquarium de Campana.
-¿Es verdad que una profesora te tenía tanta confianza que te mandaba a buscar los elementos que quedaban debajo del agua mientras preparaba otra clase?
-Sí. Todos los chicos de la clase anterior dejaban tirados los elementos en lo hondo de la pileta y mi profesora, mientras ordenaba, me pedía que fuera a buscarlos. Yo iba, buscaba uno por uno, si me faltaba alguno volvía; tenía cuatro años, era muy chiquita. Mi papá sufría cuando yo iba abajo del agua; respiraba cuando me veía subir.
-Tu pasión por la natación creció tanto que llegaste a entrenarte a las 5 de la mañana para llegar al colegio, a las 7.
-Fue un amor que creció de a poco. Pasé de las clases a competir, a que llegara cada entrenamiento para mejorar los tiempos. Después, hicimos el cambio de club a los once años, pasé del Club Ciudad de Campana al Club Independiente de Zárate, con mi actual entrenador, Sebastián (Montero), una pieza primordial en esta historia. Empezamos a ver que a cierta edad necesitaba tener más estímulos en el agua, necesita doble turno de pileta y todavía iba a la escuela, de 7.30 a dos de la tarde, entonces el único horario disponible era a las cinco de la mañana y empezamos a implementarlo. Lo hicimos durante dos o tres años, con doble turno martes y jueves, y después le sumamos los viernes.
-¿Te costaba levantarte para ir a entrenar?
-Sí, mirá, para mí era el momento más feo de toda la semana. Pero lo hacía responsablemente. Mis papás me acompañaban, nos levantábamos a las cuatro para desayunar y para ir al club. No voy a negar que era complicado.
-Pero había un fuego interno que te llevaba a seguir.
-Sí, el doble turno lo hicimos con el objetivo de clasificar para el Sudamericano juvenil, que era mi segundo torneo importante con la selección. Eso era lo que me motivaba, porque si no había un objetivo, un torneo al que quería llegar… hubiera sido complicado. Me motivaba tener un grupo que estaba en la misma que yo. ¿Si en algún momento pensé si valía la pena el esfuerzo? Sí. Hubo un año, cuando empezamos a hacer doble turno tres veces a la semana, que me quería morir. Cuando mi entrenador me lo planteó, me quería morir. Hubo una charla con mis papás: ‘No quiero, no quiero, no quiero’. Y fuimos igual, fue bastante duro, pero lo hacíamos igual. Teníamos la complicación de que a la vuelta del club había un boliche, entonces eran las cuatro de la mañana, el boliche estaba pegado a las paredes del club, entonces escuchábamos: ‘Pum, pum, pum’, de la música. ‘¿Qué estamos haciendo acá?’ (sonríe).
-Un mes antes de la pandemia, con once años, ganaste cinco medallas en un torneo en Lima. Pero el envión se interrumpió.
-Sí. En enero del 2020 tuve mi primer Nacional con el club nuevo. Para llegar a ese torneo tuvimos que pagar mil dólares, de los cuales 500 nos ayudó la municipalidad de Campana y los otros 500 los juntamos vendiendo empanadas, rifas, un montón de cosas más. Corrimos cinco carreras, mejoramos todas las marcas, ganamos cinco medallas de bronce y fue como un decir: ‘Quiero más, quiero más’. Fue un clic y dije: ‘Sí, quiero hacerte esto. El año que viene, si se hace, quiero ir por la medalla de oro’. Cuando volvimos, a los dos meses, empezó la pandemia y dije: ‘Nooo, no puede ser’. Una vez que había empezado algo con lo que soñaba, arrancó la pandemia. No sabía qué hacer.
-¿Cómo llevaste ese período?
-Al principio eran como vacaciones en marzo. A las semanas empezó a ser complicado. Tenía la distracción de la escuela: tuve clases relativamente normales entre virtuales y trabajos prácticos. Pero después del mediodía no sabía qué hacer en mi casa. Fue complicado. A las dos semanas necesitaba agua. Hacíamos ejercicios por Zoom, que no duraban más de 40 minutos. Esperaba esos 40 minutos todos los días. Hacíamos Zoom con chicos de otros países, que nos contaban sus experiencias. Fue duro.
-¿Cuánto tiempo estuviste sin meterte en la pileta de un club?
-Fueron tres o cuatro meses. Sí me metí en una pileta común (sonríe).
-¿Cómo fue eso?
-Veíamos que algunos chicos… mismo Delfi Pigniatello tenía una pileta de material en su casa y pudo atarse y nadar. Nosotros no teníamos pileta, ni siquiera de lona. Dijimos: ‘Compremos una y veamos cuánto lo podemos sostener (el entrenamiento) así’. Parecía que venía para rato. Mis papás me midieron de la cabeza a los pies en vez de medirme de las manos a los pies, porque cuando nadás, lo hacés estirado. Cuando llegó la pileta, nos miramos y dije: ‘No entro’. La armamos, no entraba y nadé en diagonal, para que tuviera un poco más de color. Fue un esfuerzo grande que hicieron mis papás. Empezamos a calentar agua en un fuentón, porque llegó el invierno. La primera vez que la calentamos lo hicimos quemando leña y ahumamos toda la casa de la vecina, que recién había colgado la ropa. Fuimos y le pedimos disculpas. Después lo hicimos con un mechero. Mi mamá calentaba agua y me tiraba con una olla. Al principio tiraba el agua a los costados y, después, directamente a mí por lo frío que estaba el ambiente.
-Te atabas con una soga y nadabas en el lugar.
-Sí. En el quincho teníamos uno de los pilares de hierro, entonces era imposible que se cayera: atábamos una soga que se la uníamos a un tensor que me permitía ir y volver. Al tensor le pusimos un cinturón, me ataba y nadaba. Mucha creatividad. Fue un momento muy difícil a pesar de que en ese momento estaba demostrado que la natación era un deporte inmune para el contagio, por la cantidad de cloro y su higiene.
-¿Qué te genera hoy ver esas imágenes?
-Emoción, porque me acuerdo todo el esfuerzo que hicieron mis papás para comprar la pileta, calentar el agua… había veces que no quería meterme por lo fría que estaba, pero lo hacía igual por todo lo que a ellos les había costado. Era mantenerse nadando y esperar al momento de la normalidad.
-¿Qué sentiste el primer día que volviste a una pileta olímpica?
-Fue muy loco. Al principio fueron los padres al club para preparar las cosas en forma más protocolar. Nadábamos solamente una hora, de a grupos, empezamos los más grandes y después los más chicos. Teníamos una silla para cada uno, con los dos metros de distancia. No había más de dos personas por andarivel, cuando solíamos ser tres o cuatro. Arriba del club había una terraza, los padres la limpiaron y ahí podíamos hacer movilidad, entonces nadábamos una hora y media, pero podíamos hacer movilidad; ibas compensando.
-Tu entrenamiento actual es extremadamente demandante. Podés darte pocos gustos en la comida, además.
(Suspira)-Es bastante duro. Somos un equipo que prioriza la calidad, pero para llegar a esa calidad hay que entrenar bastante en base a tus tiempos, hay que tener responsabilidad. Me costó entender que soy una nadadora que necesita nadar muchos metros; por ahí, cuando sos más chico, siempre querés nadar velocidad, pero a mí me iba bien en todo lo que era fondo. Para eso tenés que nadar muchos metros, a cierta intensidad, es bastante cansador. Antes de París 2024 tuve que pesar la comida para no pasarme. En 2024 tuve un desequilibrio que me llevó a pesar ocho kilos de más. Hoy tengo una estabilidad. No puedo comer cualquier cosa, porque soy una persona que enseguida sube de peso y soy dulcera mal (sonríe). Me cuesta no darme algún gusto con la comida, siempre fui de comer algo dulce. Hay veces que cuesta y más dependiendo de la etapa del año, porque si venís con mucha competencia te perjudica a vos comer mucho.
-Tenés rutinas que te acompañan en el entrenamiento, ¿verdad?
-Sí, cuando voy a la pileta escucho música variada, reggaetón. Pero cuando llego a la pileta escucho rock. Tengo un orden que no puede variar. Para la movilidad escucho a Deep Purple y para lo que es pre-competencia escucho a los Guns N’ Roses; un estilo bien arriba. Con mi psicóloga nos costó encontrar algo que nos ayudara a desenfocar y enfocar a la vez. Me pasaba que era demasiado nerviosa en pre-competencia, me ponía ansiosa, no encontraba una música que me ayudara. Me decía que buscara algo que me ayudara a cantar, a despejarme, pero no me funcionó. Entonces me dijo que escuchara algo arriba. Elegí estos ritmos, que son totalmente fuera de lo común para una pre-competencia, por lo que escucho de otros nadadores.
-El entrenamiento también tiene un costado mental. Trabajás con psicóloga desde chica.
-Sí, tengo la suerte de que mis papás, cuando tuve mi primer torneo Nacional, decidieron que ellos no podían darme las herramientas que yo necesitaba, no porque no lo quisieran, sino porque era algo extra y más profesional. Estuvimos averiguando, mi mamá encontró un recorte de diario de un grupo que se estaba formando, que hoy son mi actual psicóloga, mi kinesiólogo y mi nutricionista. Ese fue mi primer grupo de trabajo. Tenía nueve años, era muy chica. Empezamos a trabajar un montón de cosas, obviamente acorde a mi edad y a los objetivos que iba teniendo. Más que nada el tema de las presiones externas, pero también las internas, que son las que más te agobian. El decir: ‘Tengo que hacer esto, esto, esto’. Y muchas veces tenés que respetar los procesos.
-Desde hace tiempo sos destacada como una gran promesa. ¿Cómo convivís con las expectativas de los otros?
-Tengo un grupo interdisciplinario que está en todos los detalles, ese es un tema importante y me ayudan mucho a ir filtrando las opiniones y a expresarme si hay algo que me está atormentarlo. Por ahí tengo mucha angustia, pero llega un momento que exploto, aunque trato de no llegar a ese punto, porque significaría que estoy mal. Mi grupo me filtra qué escuchar y qué no. Cuando recién estás empezando y te van conociendo es como que a todo le prestás atención. Pero después vas aprendiendo. Mis papás, más que nada, me blindan. Ellos son la opinión que siempre yo voy a tomar. La que me vale es la opinión de mi familia y la de mi equipo, que nunca me van a tirar para atrás.
-¿Cómo te llevás con las redes sociales?
-No me llevo mal. Me gusta subir cosas. Por ahí tengo que ser un poquito más activa y que la gente se dé cuenta de que hago natación (sonríe). Pero es como digo: siempre va a haber algún tipo de comentario negativo. A mí no me llegó ninguno, por suerte. A veces hay comentarios innecesarios. Un día subí una foto con mi entrenador, estábamos en el Cenard entrenando y alguien comenta: ‘Si podés ándate a otro país’. Ahhh, salieron todos mis amigos a responder, yo me reía, les decía que no respondieran porque no va la pena. Trato de no enloquecerme por los likes y los comentarios. Yo subo para que le gente vea que hago natación, que me gusta lo que hago. Hay veces que estás esperando un like o alguien que te escriba y responda, pero vas aprendiendo. Convivimos con las redes, pero no es lo más importante.
-¿Cómo te influye el caso de Pigniatello, que se retiró muy joven, tras atravesar problemas de salud mental y mucha exposición?
-Delfi está presente en mí. en los récords, en todo. Hoy yo la tomo como un ejemplo, por las marcas que tiró en su momento, que eran impresionantes y siguen latentes. Sí el ejemplo de las redes sociales y la salud mental fueron cosas muy importantes y está bueno que ella haya podido decir: ‘Me está haciendo mal, quiero frenar’. Porque no sabemos qué hubiera pasado si ella decía: ‘Me está haciendo mal, pero sigo’. Está bueno que haya elegido como persona.
-¿Hablaste con ella sobre lo que le ocurrió en profundidad?
-No, no. Y siento que hoy se aprendió un montón de distintos deportistas que han dado el ejemplo de la salud mental. No pude charla con ella todavía. Con Georgi (Bardach) sí; a ella la admiro mucho.
-¿Cuál es tu mayor virtud?
-Creo que la responsabilidad. Es algo que me enseñaron desde chica: que si te ponés con algo, lo tenés que hacer responsablemente. Siempre me dijeron que no haga perder el tiempo, que si yo quiero nadar y hacerlo profesionalmente, que lo diga, pero que si quiero hacerlo como recreación, lo diga también. Lo mismo me pasa con los objetivos que me voy planteando, como la escuela. La estoy haciendo a distancia, con el programa Seadea . Después del Mundial (de Rumania) tuve una seguidilla de torneos y, si bien ya había avisado a la escuela, sentía que no estaba dando lo que podía, que no podía hacer todo… ‘No llego, no llego’. Encima estoy en el último año, es lo que me propuse y lo que veo de mis compañeros de colegio, que ya terminan y no tienen previas. Yo tengo previa matemáticas; es la materia que más me cuesta, definitivamente.
-¿Tu mayor defecto?
-Tengo muchos. A veces soy muy renegada. Pero vas aprendiendo, el mundo no es perfecto y por más que te pegues contra la pared, va a seguir estando ahí.
-¿Qué cosas te emocionan o sensibilizan?
-Uh… varias. Cuando la veo llorar a mi mamá, principalmente. Las pocas veces que lo veo llorar a mi papá también. El otro día me pasó que me emocionó una de las nenas del club, que hizo un marcón en los 100 metros de pecho y… no sé, se me cerró el estómago y me largué a llorar. Encima vino caminando y se largó a llorar conmigo. Cuando veo que alguien está feliz, me pongo muy feliz.
-¿Qué te genera bronca?
-Por ahí la situación del país: sé que no es la mejor, que siempre habrá algo que nos va a faltar o por mejorar. Me pasa mucho con el tema de la sociedad, que hoy vemos que estamos todos más alborotados, es como que hay que bajar un cambio. Lo veo en la ruta: es como que la gente está loca y no se da cuenta que con un vehículo pueden pasar cosas muy graves y eso me preocupa. Nosotros estamos mucho en la ruta o en los aviones y, un poco, cuesta. Lo que pasó con las tres chicas que desaparecieron y todo… entiendo que no es el ambiente en el que yo me muevo, pero al fin y al cabo la más chica tiene dos años menos que yo, son cosas que preocupan y que las veíamos en películas. Yo creo que con paciencia todo va a ir mejorando.
-¿Pensar en Los Ángeles 2028 te genera un cosquilleo especial?
-Sí, porque no es de la misma forma en la que vamos a llegar a Los Ángeles que la que llegamos a París. Podemos hacer algo más importante. Ahora queremos soñar con otra cosa, con una final.
-Lograste el título mundial en 400 metros combinados. ¿Qué grado de dificultad y coordinación requiere ese estilo?
-La dificultad es, más que nada, el cambio de ritmo. Me cuesta cambiar de mariposa a espalda y pecho, que son estilo de coordinación y si perdés el estilo te tira para abajo. Mariposa y crol se me hacen más fáciles.
-¿Qué sentís en el agua? ¿Qué efecto te produce?
-Mucha paz, mucha tranquilidad. El saber que abajo del agua no tenés ruido, no tenés personas, nada... Sos vos, el agua y el cronómetro. Me genera mucha tranquilidad.