A 60 años de Nostra Aetate
En un momento en que el antisemitismo se normaliza en el mundo como no lo habíamos visto en décadas, es una bendición haber conmemorado días atrás un acontecimiento histórico de hace 60 años...
En un momento en que el antisemitismo se normaliza en el mundo como no lo habíamos visto en décadas, es una bendición haber conmemorado días atrás un acontecimiento histórico de hace 60 años, que desempeñó un papel importante en la reducción del antisemitismo durante muchos años después. Ese hecho ocurrió en el concilio de cardenales católicos conocido como el Concilio Vaticano II, y fue la declaración conocida como Nostra Aetate, que, entre otras cosas, revocó el antiguo principio católico que sostenía que los judíos eran colectivamente responsables de la muerte de Jesús.
A medida que el catolicismo se convirtió, a lo largo de los siglos, en una religión de alcance mundial, esta idea de la responsabilidad judía en la muerte de Cristo se transformó en un tema central de la teología cristiana y desempeñó un papel decisivo en la propagación de estereotipos antisemitas sobre los judíos. La acusación de que los judíos eran “asesinos de Cristo” no solo fue un elemento fundamental de la teología de la Iglesia, sino que también actuó como catalizador en la transformación de las actitudes cristianas hacia los judíos. Aunque era una religión impregnada de ideas antijudías, llegó a ser una en la que el antisemitismo se arraigó entre los cristianos comunes, al punto de que era casi imposible no adoptar actitudes hostiles hacia los judíos que justificaban conductas discriminatorias o violentas.
Y luego sucedió el Holocausto y la destrucción del judaísmo europeo. Como resultado, los líderes católicos tuvieron que enfrentar su propia historia, reconociendo cómo siglos de representar al pueblo judío como responsable del deicidio habían contribuido significativamente a que la sociedad aceptara la imagen de un supuesto “mal judío” promovida por la Alemania nazi y a justificar la Solución Final.
Mucho trabajo se había realizado tanto por parte de católicos como de judíos antes del Vaticano II, preparando el camino para esta resolución histórica. Cuando finalmente se aprobó, hubo un amplio reconocimiento de que se había hecho historia, aunque persistía la incertidumbre sobre hasta qué punto cambiarían las cosas.
En el sexagésimo aniversario de aquel momento, podemos decir con satisfacción que Nostra Aetate abrió el camino a una transformación fundamental en las relaciones entre católicos y judíos. Esto no significa que los problemas hayan desaparecido, como el necesario examen del papel que desempeñó el papa Pío XII durante el Holocausto.
Aun así, lo verdaderamente notable es la manera en que los católicos perciben hoy a los judíos, y el nivel de confianza que existe entre los líderes religiosos de ambas comunidades y entre sus fieles.
Las organizaciones judías que celebraron la promulgación de Nostra Aetate reconocieron que, por importante que fuera, no se traduciría en un progreso real sin un esfuerzo sostenido. La Liga Antidifamación (ADL) fue una de ellas. En cooperación con la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, ADL lanzó un programa llamado Bearing Witness (Dar testimonio), mediante el cual, cada verano, reuníamos a unos 50 maestros de escuelas católicas de todo Estados Unidos para pasar una semana con el personal de ADL aprendiendo sobre historia judía, pensamiento religioso y relaciones judeo-católicas. La idea detrás de este programa –apoyado tanto por ADL como por la Conferencia Episcopal–, era que el histórico cambio del Vaticano debía llegar a los jóvenes católicos, y la mejor forma de lograrlo era educando a los maestros.
Durante más de 20 años tuve el honor de impartir la charla inaugural de tres horas sobre la historia del antisemitismo. Cada año comenzaba diciendo al grupo de maestros que escucharían hechos difíciles sobre el papel de la Iglesia en esa historia. Les recordaba que el simple hecho de poder tener esa conversación se debía a la extraordinaria transformación del liderazgo religioso y la teología católica que ocurrió en el Concilio Vaticano II respecto al judaísmo y al pueblo judío. Y durante todos esos años me asombró la apertura y disposición de los participantes para reflexionar críticamente sobre episodios dolorosos de la historia. Había surgido una nueva franqueza y un diálogo más abierto entre judíos y católicos.
Bearing Witness fue solo uno de los muchos programas que florecieron entre ambas comunidades. Representó el mejor ejemplo de cómo asumir los propios errores, construir credibilidad y demostrar una verdadera disposición al cambio.
En este sentido, desearía que nuestra propia comunidad hiciera más para difundir y celebrar cuánto han avanzado las relaciones judeo-católicas en estos sesenta años. En un tiempo en que la memoria del Holocausto se desvanece y los sobrevivientes desaparecen, cuando los incidentes antisemitas se normalizan y el Estado judío es injustamente difamado en muchos foros internacionales, uno de los desarrollos que más simboliza la esperanza para el futuro es precisamente esta transformación de las relaciones entre católicos y judíos a partir de Nostra Aetate, y el contraste entre el presente y los siglos de hostilidad que la precedieron.
El himno nacional de Israel, Hatikvá, se traduce como “la esperanza”. Las relaciones judeo-católicas representan esa esperanza, y debemos celebrarla y fortalecerla.
Vicedirector nacional de la Liga Antidifamación (ADL
Fuente: https://www.lanacion.com.ar/opinion/a-60-anos-de-nostra-aetate-nid05112025/